7 de septiembre de 2013

"Pistola y cuchillo", de Montero Glez

Pistola y cuchillo Montero Glez
FICHA TÉCNICA:
Género: Narrativa
Editorial: El Aleph

SINOPSIS:
En Pistola y Cuchillo, Montero Glez revive al cantaor José Monge, camino de la muerte. Entramos con el gran cantaor en la Venta de Vargas, un pequeño templo flamenco, transfigurado en lugar sagrado, donde Camarón, enfermo y sin resignarse a morir, deberá tomar una de las decisiones más duras de su vida. Pistola y cuchillo es una carrera contra el olvido donde Montero Glez, con voluntad de prosa, resucita el sabor de los antiguos colmados y del cante flamenco en su expresión más jonda. Diálogos a golpe seco, frases que van a galope y que convierten esta magnífica novela en una obra maestra.

OPINIÓN:
Breve novela (realmente es un curioso híbrido entre novela, biografía y ensayo) en la que el autor revive la última noche que vio con vida al mítico cantaor José Monge (Camarón de la Isla), y en la que a raíz de lo que parece una simple anécdota (una reunión de los protagonistas, si acaso los hay más allá de Camarón, previa a una pelea de gallos) viajamos a golpe de flash-backs a los momentos más importantes de la vida del artista. Sin embargo, y evitando una cargante enumeración de datos insulsos y frías fechas, Glez va desgranando la vida de Camarón apenas deteniéndose (menciona, más que cuenta) en detalles que pueden no parecer muy trascendentes en apariencia, pero que realmente son los que trazaron el camino de aquella vida: su infancia vendiendo alcayata en bicicleta, el traumático encuentro con Manolo Caracol, la correspondencia que mantenía con El Cordobés, su adicción al tabaco, su llegada a Madrid, su paso por “la Nueva York”…
La narración posee una estructura poco convencional, esquivando la fría y rígida linealidad de una sucesión de hechos al uso, saltando según lo pida el momento adelante y atrás en el tiempo, así como de los hechos a los pensamientos e incluso a los sueños.
Destacable por encima de todo, y no sólo en este libro sino en toda la obra de Montero Glez, es que nos encontramos ante un autor que escribe para gente a la que le gusta leer, premisa que por mucho que pueda parecer de Perogrullo no siempre se respeta y cumple. La musicalidad de las palabras empleadas por este hijo bastardo de Valle-Inclán aderezado con Bukowski (así lo define Arturo Pérez-Reverte) hacen que, al menos en mi caso, las páginas se vayan devorando al compás de una prosa donde la forma no es sino una suerte de lírico cincel que talla el fondo a golpe de palabras.
“También es fácil que sin apagar el gesto, encendiera un cigarro y aspirase el humo hondo, muy jondo, hasta alcanzar la llaga donde el diablo escupe su veneno”.
“Pillaba el alfabeto de los gestos y lo convertía en caligrafía. Era la mímica del que sabe que el silencio es la nota más larga y que sólo ha de acortarse cuando suena algo importante”.
“Al igual que el cadáver de una rata ahogada que acaba aflorando a la superficie y con ayuda de unos tragos, consigo que mi pasado se haga literatura y que mi misión no consista más que en merecer historias para después contarlas”.

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